Dimensión espiritual en la niñez
¿Cómo puedo acompañar su desarrollo?
Volver a mirar a la niñez nos puso en un estado de asombro, darnos cuenta de que no tienen formato único, sino que poseen diversidad de rasgos, neurodivergencias, temperamentos, caracteres, actitudes, deseos y motivaciones, y nos arrastra a poner la atención más allá de lo visible.
Es en esta encrucijada que nos cuestionamos cosas humanas y divinas, e iniciamos un viaje de nuevos términos: chakras, ciclicidad, malla energética, Yo Superior y tantas otras cosas que parecen raras a los ojos estrictos y poco flexibles de los adultos.
Poco a poco hemos aceptado que somos energía y vibración, por lo que la dimensión espiritual es tan relevante como la psíquica y física. Somos seres integrales, y tenemos necesidades en todas nuestras dimensiones.
Por tanto, ¿qué deberíamos saber para acompañar el desarrollo de la dimensión espiritual desde la niñez?
Tenemos algunos antecedentes que nos entrega Barbara Ann Brennan, en su libro “Manos que curan”:
Los recién nacidos tienen su chakra corona muy abierto, y su chakra raíz en desarrollo.
En sus primeros años, todos los chakras están abiertos; no cuentan con una membrana protectora que los resguarde de la influencia energética, lo que nos convoca como sociedad a proteger la niñez. La lactancia, entonces, no es tan solo alimento físico, sino que también protección energética. Así, la madre posee pequeños Chakras en sus pezones, que se constituyen como un metabolizador de la energía universal, por lo que la madre y el bebe comparten malla energética. Aquí activamos la importancia de la salud mental perinatal.
Alrededor de los 2 años, comienzan a desarrollar una película protectora, por lo que inician el proceso de separación del cuidador. Los maravillosos 2 años – ex terribles 2 años.
Cerca de los 7 años, en el ocaso del primer septenio, se forma una pantalla protectora que filtra las influencias del campo energético universal.
Desde allí, es primordial, centrarnos en las necesidades, creencias y gustos del niñ@. La mayoría tiene una estrecha conexión con la naturaleza y su ciclicidad. Al fomentar esta relación, se incorporan los 4 elementos, sus correlaciones y su sincronía con la humanidad.
Esto es parte de la dimensión espiritual: conectar con sus ciclos, reconocer que las experiencias de la vida tienen un proceso natural, normalizando las luces y sombras. Los árboles, florecen luego de perder sus hojas. Así los humanos podemos estar lentos, suaves, afectivos, intuitivos, despistados y rebeldes, para retomar nuevas etapas de lentitud y suavidad.
Un buen momento para abordar directamente la dimensión espiritual es en la llegada del segundo septenio. La mayoría encamina el proceso de lecto-escritura, existió poda neuronal y se inicia, de manera incipiente el cruce del Rubicón. Entonces. están más disponibles para visualizar las leyes de la naturaleza y las 7 leyes del Universales. (“El Kybalión” de Hermes Trismegisto).
Enlazar con la naturaleza es conectar con la rueda del tiempo y la rueda de las estaciones. Vincular de manera orgánica y atenta, impacta de manera positiva el esquema integral de la niñez.
Los hitos de cambio en la naturaleza pueden ser una gran ayuda para la crianza; baja el sol y dormimos, sale el sol y nos levantamos, el sol en la mitad del cielo nos invita a almorzar, el invierno a descansar y el verano a reír. Desde una mirada consciente y respetuosa, incorporamos la ciclicidad del ser humano y el gran abanico de emociones y estados. Con esta perspectiva, logramos enlazar anticipación, una parte de establecer límites sanos y conscientes. Desde ahí los hitos que marca el ciclo normal de la naturaleza serán la pauta para reconectar con límites.
Por eso, te recomiendo: recolecta hojas secas, huele flores, mira las abejas, toca la lluvia, salta los charcos, siente la sal del mar y la incomodidad de la arena… y crea tu mesa de luz o altar.
Para otra publicación dejaremos eso.
Un abrazo
Pilar Hormazábal Valencia
Psicóloga Integrativa
@terapias_del_bosque