Al llegar un hijo, toda atención y cuidado se enfoca en el recién nacido. La madre se convierte en una extensión de las necesidades de su hijo, debiendo estar disponible las 24 horas, aprendiendo a criar de día y de noche. Durante este periodo otros pueden acompañarla, amigas o familiares cocinan, acompañan, llaman y visitan, pero pasan los meses y el entusiasmo por este nuevo ser va decantando; el padre o la pareja vuelve al trabajo, las amigas y la familia retoman sus rutinas. Todo vuelve a la “normalidad”.
La maternidad hoy es muy solitaria y con el tiempo se torna mucho más difícil de lo que pensábamos.
Cuando volvemos al trabajo, a este se le suma el cuidado del hijo y el quehacer de la casa. Nos abrumamos y nos comienza a saturar una gran carga mental. ¿Y en qué consiste esa carga mental? En “pensar en qué hacer mientras se está haciendo”. Vas caminando por tu casa y mientras piensas en qué vas a cocinar hoy, recoges la ropa del suelo, los juguetes, la loza repartida… decides qué cocinar y empiezas a lavar la loza; termina la lavadora y vas a tender la ropa. Mientras juegas a “ordenar” con tu hijo y quizás el más pequeño llora… ¡la olla!, apagas la olla y recuerdas que debes pagar la cuenta de la luz y agua; y sigues así todo el día… Si estás en el trabajo piensas en cómo estará tu hijo en la sala cuna o jardín infantil, y estás pendiente del celular por si te llaman las educadoras ¿Habrá comido? ¡No envié los recortes de frutas y verduras! Mañana debo ir al supermercado… lo extraño.
La carga mental en madres es una exigencia que correspondería mínimo a dos trabajos formales a la vez. El cerebro literalmente se funde, el estrés genera cortisol (la hormona del estrés) y las áreas cognitivas básicas se ven mermadas, adiós capacidad de atención, memoria y concentración, siendo aún más difícil responder a todas las tareas diarias. A nivel emocional, la culpa y cansancio por deber responder, por ser la súper mujer que nos han convencido ser, agota y desgasta pudiendo generar a nivel relacional el resentimiento y distanciamiento con la pareja sumada a aquella frustración por “hacerlo todo”, por “tener que pensar en todo”.
¿Qué podemos hacer?
Autocuidado
- Pedir ayuda, reconocer que no somos capaces de abarcarlo todo.
- Dejar la culpa, y expresar lo que sientes.
- Para lo anterior, “hacer tribu”, compartir tu vida con otras familias y mujeres, permitirte el espacio para risas, desahogos, abrazos, palabras de aliento, un “a mí también me pasa”, “te entiendo”, “ya pasará”.
- Tiempo fuera: si ya no das más date un tiempo, un chocolate, un té, ve al baño y mójate la cara, llama aun amigo, a tu compañero(a), a la vecina, ve al negocio a comprar algo, así tus pequeños se distraen y tú también.
- Manejo de expectativas: haz una lista de lo importante y lo urgente en tu rutina y delega tareas.
Si eres padre y estas leyendo esto, no esperes que te digan qué hacer, TOMA LA INICIATIVA.
Para criar hijos felices no es necesario una madre perfecta sino que UNA MADRE FELIZ.
Vanessa Díaz Lillo
Psicóloga Infanto Juvenil y Terapeuta Floral