Existen múltiples perspectivas y opiniones que nos pretenden ayudar y que muchas veces en la práctica, no nos resultan. Así de tanta búsqueda, después de varias pataletas, gritos, sermones, frustraciones y errores, uno puede darse cuenta, en la desesperación máxima, que no contamos con las herramientas y desde nuestras creencias comenzamos a repetir nuestra historia, desde nuestro/a niño/a herido/a.
La crianza respetuosa es un cambio de paradigma que va más allá de un parto sin anestesia, o una lactancia materna hasta los tres años (o más), o portear a nuestros hijos hasta que nuestros brazos y caderas nos permitan, o dormir en colecho o practicar Baby Led Weaning. La crianza respetuosa tiene que ver con nuestra raíz, nuestra historia, nuestra niñez y nuestros ancestros ¿Extraño o no? Pensamos que el foco sólo es el niño, el bebé o el adolescente, cuando también nos involucra a nosotros.
Como nos dice Blanca García, directora de la Red Chilena de Crianza Respetuosa: “Caminar hacia una crianza respetuosa desarrolla una forma de vida consciente, reflexiva, cercana y amorosa, que promueve sensibilidad en nuestras respuestas, propicia apego seguro, promueve buen trato y cultiva sanos lazos emocionales” ¿Es posible criar así? A través de la autoindagación, el autocuidado, el amor propio y sanando nuestra historia, podemos ser más empáticos ante las necesidades de nuestro hijo y, por ende, ser responsivos y establecer los límites sanos desde una disciplina razonable (sí, podemos ser firmes amorosamente), autorregularnos y vincularnos horizontalmente, es decir, viendo a nuestros hijos como un ser que tiene nuestros mismos derechos y validarlo como un ser humano independiente de su edad.
Esta perspectiva de crianza nos propone respetar a nuestro hijo como a nosotros mismos. Como madres o padres, entender sus procesos, sus gustos (independientes de nuestras expectativas), sus rasgos evolutivos (dejar pañales, pataletas, alimentación complementaria, explorar, incluso no hacer caso) y acompañar, desde la conexión y el amor. Así, nuestros hijos podrán construir su propia cajita de herramientas para enfrentar la adultez. Como nos dice Felipe Lecannelier, “desde la conexión y el amor podemos vivir la crianza como una experiencia placentera que nos permite aprender del cuidado, más allá de sobrevivir a ello”.
La crianza respetuosa nos invita a sanar, transformar y transmutar en amor nuestras experiencias dolorosas, dándonos la maravillosa oportunidad de agregar nueva información a nuestro árbol para que crezca sanamente. No se busca una madre perfecta o un padre perfecto, sino que seamos capaces de vincularnos desde lo que somos: nuestras carencias, historia y sombras para iluminarlas y entregar lo mejor que podamos a diario. Hay veces que practicarlas es un gran desafío o hay días que no funciona…pero lo hermoso es ver los errores como hermosas instancias de aprendizajes y en esos momentos más complejos, contenernos y ser capaces de maternarnos/paternarnos a nosotros mismos.